-1.3- ¿Cabe en la escritura el ser emergiendo: la niña, una flor?

La escritura que deseo legitimar en esta tesis, requiere de esa niña que hablaba sola en plenitud, de su confianza, su uso, su puesta en funcionamiento de sus órganos para cubrir su necesidad. Necesito atender a su potencia para formular textos vitales. Vitales en tanto me son orgánicamente: me actúan, me hacen, me animan, como la savia a las plantas, conectándome con la energía del mundo, como en el proceso de fotosíntesis. {Energía metabólica}.

Reivindico un tipo de organicidad vital del ejercicio de la lengua, que va desde el sentir como percibir (el sentimiento como percepción), al pensamiento como vibración entre la mente y el mundo (sonar como una onda que al toparse con un cuerpo produce su palabra). La vida afectada, la vida obrando sea en lo más chiquito que hay, eso quiere conjugar esta tesis.

No en vano el otro día andando y afectándome por mi bloqueo de escritura, resolví: prueba a escribir como comes y duermes, escribe como hablabas de niña… porque sí.

Y en verdad eso es lo que hago hace años cuando pierdo el norte. Así escupí una novela. Así me salió la carta de motivación a la residencia de mediación cultural que permitió «Abundancia[1]». Dominaba mi vigilia el pensamiento de mi abuelo: su «aora que estamos a tiempo» y me levanté para respirarlo, decirlo, escribirlo. Escribir como respirar, escribir boqueando como el pececillo asfixiado que, al procurar vivir, comienza a sonar.

¿Hasta qué punto —me permito preguntarme— podemos detener la organicidad concatenada de que de algo que vemos u oímos, de algo que percibimos, se siga que le demos un sentido lingüístico? ¿Hasta qué punto no es biológicamente inevitable aprehender? ¿Qué de ese aprehender comprende el aprendizaje válido para una escritura académica?

Como la vista, o la escucha, no puedo parar de imaginar cómo se produce la fonación, cuánto no es también un sentir, fruto de una afectación preconsciente como la que activa la escucha. Un continuo en los sentidos entre lo que percibimos y lo que sentimos en cuya urdidumbre el ver, escuchar, tocar, oler… se acompaña del fonar/sonar. Apagamos el sonar para poder aislar el oír. En los libros escolares universalizamos la convención de fijarnos solo en una onda, la que entra al cerebro y sentenciar que así oímos, vemos, somos tocados… en absoluto silencio. Silenciamos lo vivo para poder saberlo. Pero yo no puedo saber así, silenciando tanto.

De manera ineludible, hace años, me pregunto una y otra vez por qué los ojos, la piel, los oídos y la nariz son órganos que sí proveen un sentido: ver, oír, oler, tocar y sin embargo la lengua, la laringe, las cuerdas vocales, no lo proveen. ¿Por qué es sentido la vista y no es sentido la fonación? Me han respondido que un sentido existe sin que hagas nada. Y yo me digo que no. Para ver, abres los ojos.

Y ¿el llanto? ¿Realmente hasta qué punto podemos decir que el llanto que anuncia la vida en un bebe es más voluntario que su ver el mundo, que llega además después, dado que los bebés tardan más en abrir los ojos, que en llorar? Mi hija Laia emitió sonidos antes de abrir los ojos. Fonó —es un verbo que no existe—. Sonó, antes que vio, pero para ella la fonación no es un sentido, y la vista, sí. ¿Todo el aparato fonador son órganos sin sentido? ¿Lo podríamos suspender? La lengua, las cuerdas vocales, ¿son órganos cuyo uso podemos detener? ¿El bebé llora a voluntad, pero no ve a voluntad? Mi niña necesitaba sonar al escuchar. De igual forma.

[Quiero aclarar que escribo esto sin referir a ninguna autoridad científica. Estoy intentando dar cuenta de cómo opera en mí la «conciencia». No estoy intentando demostrar que poseo un saber, o que me he ganado y asegurado reconocimiento alguno. Y lo escribo en esta tesis doctoral, porque el ejercicio al que esta tesis se aventura, requiere evidenciar aquello que necesito saber, como obsesión vital más constante desde mi más pura organicidad. Dar palabra a intuiciones que no consigo desechar por más que quiera, aunque me cuesten la cordura, el estatus o la vida. Porque el bloqueo de la escritura lo he roto, cuando he aceptado que debía atender a mi necesidad orgánica de entregarme a las preguntas que me digo todo el tiempo, no reprimir mi habla. No taparme la boca, como no me tapo los oídos, ni los ojos, ni la nariz. Las palabras además para mí son un ritmo, y el discurso un cable que como equilibrista he de seguir sin perder ese ritmo porque puedo «caer de la frase» en cualquier momento. Estoy escribiendo ahora mismo a ese ritmo, las palabras tecleadas entre mis dedos suenan generativas, soy una araña funambulista, tiro hilo y me descuelgo, puedo caer y esa es la tensión que sostiene todo].

Repito pues mi pregunta: ¿cuál sería el {órgano} para la {función} {fonar}? Cierto —me digo en mi mayéutica íntima— que el verbo {fonar} que no existe, pareciera actuar, encarnarse en más órganos: las cuerdas vocales, la garganta, la lengua, los pulmones; pero los ojos tampoco ven solos. Y los ojos como la boca también podríamos cerrarlos [insisto]. Vemos, oímos, inevitablemente, pero también emitimos sonidos, que aprendemos a convertir en palabras que articulan nuestro pensar o nombran nuestro sentir y nuestras afectaciones, necesariamente. Así sonamos, con la nariz, y fonamos con la boca y finalmente hablamos. Y desde el primer momento afectamos al afuera.

[En el proceso de corrección de escritura, casi dos años, en 2022 finales, descubro que fonar no figura en la RAE. Me viene a la mente como mi madre, y luego mi matrona que vino a conocerme siendo yo adolescente, me dijeron que lo primero que hice al nacer, con una energía apabullante, fue estornudar. Sonarme, toser, estornudar antes que llorar. Eso hizo innecesario que me absorbieran los mocos de mi nariz con un aparato. Me pregunto cuánto me ha marcado saber que hice eso lo primero, mientras sigo sin dar crédito a que el verbo Fonar no exista, quiero pensar aún. ¿A qué navidad habrá que esperar para la tele anuncie quel a RAE lo acoge? Todo el aparato fonador no merece un verbo. El aparato digestivo, nos permite comer. El respiratorio, respirar. Incluso huele la nariz y es usada para sonarse con la mano. Las acepciones de sonar, como agencia humana, refieren a ese sonarse. Ahora bien, una persona no suena, no fona, se suena la nariz. Toda la agencia permitida al humano para con sus mocos. Tremendo el diccionario. En fin. Menos mal que la RAE no me conforma. Vuelvo a años antes y termino el fragmento].

¿Cómo sucede: el pensamiento y su articulación a través de la fonación y más tarde del lenguaje?  Acumulo libros sobre por qué y cómo hablamos los humanos. De biología. De filosofía. De neurociencia. De arqueología. Sobre Heidegger, Wittgenstein. Quisiera leerlos todos. No puedo leerlo todo. Mi cuerpo, sin embargo, me despierta en las mañanas a las cinco o seis de la mañana para traerme a la libreta o a la computadora. Y escribo, como hablo para dar sentido a mi existencia.


[1] Abundancia:contrato cultura_vida. Es un libro_libreta que escribimos desde este gesto con una Asamblea en el marco de un proyecto de mediación cultural aprobado por el CCCC en 2019. Claramente es una obra, resultado de la escritura de esta tesis que intuyo tendrá lugar en su epílogo.

Leer más: -1.3- ¿Cabe en la escritura el ser emergiendo: la niña, una flor?

Aquí puedes descargar en pdf el capítulo -1.3.

Anuncio publicitario

-1.2-¿Soportamos saber sin dominar?

[Dejo la pregunta abierta en el anterior epígrafe. La dejo operar. Preguntas que nos hacen, nos son; nos hacen ser].

Al iniciar esta investigación, hace seis o siete años, sabía que necesitaba saber lo que no sabía, pero no sabía cuánto necesitaba revisar lo sabido. El declive dolorosísimo del proyecto de Cine sin autor, tras un tiempo de una potencia extraordinaria se sumaba al fiasco, el globo pinchado, de mi trabajo como responsable de educación para el desarrollo en ONGDs (organizaciones no gubernamentales de desarrollo humano). Diría que el tiro de casi toda mi madurez me había salido por la culata. Que nos derrote el contexto, el campo, lo reconocemos y toleramos. Lo insoportable es dudar de lo que creemos y yo eso lo soporto.

Tengo de hecho que admitir mi intolerable experticidad en dudar de aquello en lo que creo. Viktor Gómez, a propósito de una novela que publiqué, me dedico un poema del que traigo aquí este verso: «Por la precisión supe que el tiro venía de dentro».

[¿Cómo he podido obviar que parte de mi perspicacia estriba en no tener piedad con mi centro? – Al releerlo, meses después, me pregunto– ¿Vendrá de ahí mi ser odiable? ¿Podría esa experticidad intolerable usarla para algo?]

No sé si como forma de eludir enfrentar lo insoportable que nos es más propio, pero no tengo dudas de que es realmente hegemónico buscar un enemigo afuera al que culpar de lo que nos sucede. Yo también he acostumbrado a vivir repleta, henchida, con mis lecturas de la perversidad de la cultura occidental y del capitalismo biocida.

Al principio de mi vida laboral, hace treinta años, escribí hasta diccionarios para que la gente comprendiera el mecanismo que producía el mal en el mundo, siendo el mal: el empobrecimiento, el sometimiento de una parte del mundo por la otra parte. Entender la interdependencia, la globalización capitalista, el imperialismo, el colonialismo… Me he pasado casi treinta años leyendo los mismos libros. Un libro culminante de todo ese campo semántico era ese de Auschwitz ¿comienza el siglo XXI? (Amery, 2002). Hitler, es presentado como un precursor del talante genocida que inaugura el siglo.

Me sabía todo. Y lo recitaba con la facilidad. Daba miedo de hecho tanta facilidad para nombrar algo que ¿conocía? ¿podía conocer? Me esforzaba una y otra vez por no engañarme, entendiendo por eso, buscar tener razón, razones, todas las razones en lo que afirmaba. Se trataba de procesar más libros, más datos y sobre todo, de facilitar todo ese conocimiento ocultado por los malos, los dominantes, los ganadores; a los buenos, los dominados, los perdedores.

Para el cambio social que era imprescindible producir, confiaba en la extensión del saber bueno para lograr una sociedad justa. Procuraba facilitar mi comprensión del mundo a mi clase social: que los obreros del cuarto mundo supiéramos de las hambrunas del tercer mundo fue durante años el trabajo en que logré ocuparme. 15 años viví explicando al cuarto mundo del primer mundo que el tercer mundo era explotado para sostener sus formas de vida. Tomaba carrerilla y daba la lección: ese escandaloso número de millonarios en el mundo, generando un hambre interdependiente de una bulimia obscena. Quedaba extenuada de explicaciones: cómo la deuda externa, la crisis climática, la explotación estructural, el espolio del sistema mundo que habitábamos regía nuestras vidas. Yo misma formulaba proyectos financiar la ejecución —así se nombraba— de campañas de sensibilización y educación para incentivar la cooperación de trabajadores y trabajadoras en el desarrollo humano y sostenible.

Leer más: -1.2-¿Soportamos saber sin dominar?

Lee aquí todo el epígrafe 2 del Capítulo -1. ¿Soportamos saber sin dominar?